miércoles, 2 de noviembre de 2011

Pero el gusto que me da, es que cuando yo me muera...

“Vieras la buena suerte que tuve: luego luego que llegué, se murió la Carola y no sabes lo bonito que estuvo el funeral..” así comenzó el relato de doña Lucía, mi mamanina, cuando mi mamá le preguntó que cómo había estado su regreso a la Higuera, luego de unos días de estancia por el centro del país (San Luis Potosí, D.F. y Pachuca, visitando a sus hijos, nietos y bisnietos).
Es que, acá entre nos, para doña Lucía no hay mejor evento que un buen funeral. Adora todo tipo de festividad, pero muy en el fondo, se nota que lo que más disfruta son los sepelios y todos sus rituales. Se los sabe tan bien, que fácilmente podría ser algo así como una funeralplanner: Se pone triste cuando va a un funeral y no hay gente. Ni se diga si llega y ve que nadie llora, eso sí no lo puede tolerar y entonces llora ella, como si el muerto le fuera propio. Eso del pésame se la da naturalito, lo mismo que los rezos, el rosario completito y todos los pasos que un buen sepelio deben incluir. Cuando está de visita aquí, gustosa te acompaña a una velación si es que hay necesidad de acudir.
Es por eso que nunca se pierde un evento de esta magnitud. Es más fácil que falte a una boda que a un sepelio en la Higuera de Zaragoza y por eso le preocupa mucho la gente que no va o que no manda su telegrama para dar el pésame a la familia del difunto como manda la tradición. Así que entre sus misiones está llamarle a cada uno de sus 11 hijos para avisarle cada que alguien del pueblo fallece y pedirle que mande su telegrama (pedirle es poco, más bien, es ordenarle).
Cuando aún vivía mi Papanino, discutían mucho porque a él no le gustaban los funerales. Así es, casi 60 años de matrimonio y nunca logró convencerlo de acudir por voluntad propia a uno de ellos. Siempre que iba, era a regañadientes. “El gusto que me va a dar Roberto, es que cuando tú te mueras, nadie irá a velarte, porque eres muy incumplido.” le amenazaba, a lo que don Roberto siempre respondía “Qué me importa que no vayan, total, yo ya voy a estar muerto y ni cuenta me voy a dar. La que va a sufrirlo serás tú que eres taaaaan cumplida, al ver que no viene nadie.” No sé cuantas veces escuchamos esa conversación y nos reíamos de ella. Lo cierto es que cuando falleció mi Papanino eran ríos de gente los que acudieron a velarlo. No sabemos exactamente si fue por mérito propio, o por cumplir con mi Mamanina, el chiste es que en su casa no cabía un alma y todos los que llegaron fueron atendidos.
La suerte de doña Lucía de llegar justo a tiempo para la muerte de su amiga la Carola consistió en no perderse tan magno evento, digno de ser narrado:
Resulta ser que la Carola y el Pancho tenían muchos años de casados, pero desde hacía 30 el Pancho tenía otra mujer con la que vivía y tuvo hijos. La Carola, digna ella, nunca dejó de decir que era su marido. Orgullosa ella de ser su mujer, lo único que atinó fue a dejarle de hablar desde entonces y a dedicarle frases y canciones cada que se reunía con sus amigas y llevaban a Los M´hijos a acompañarlas para cantar durante algún festejo. La Carola pedía rolas de las fuertes, de esas llegadoras y siempre repetía “Pero el gusto que me ha de dar cabrón, es que cuando me muera, conmigo te he de llevar y ahí sí vas a ser mío para siempre…” luego le daba un trago a su Pacifiquito para entonarse.
Como mi Mamanina lo anunció en su llamada, pues resulta que la Carola falleció de repente y se hicieron los funerales como marca la tradición sinaloense, todo el pueblo invitado, mucha barbacoa para la velación, cervezas, café y cebada en abundancia. La banda contratada por los hijos de la Carola tocaba las canciones que ella le gustaban. Tal como lo había querido. Todos sus hijos, nietos y demás amistades y parentela reunidos. Por supuesto que el Pancho acudió, faltaba más, tenía que estar en el funeral de su legítima esposa. Eso sí, como que no hallaba su lugar, así que en lugar de estar en el patio, donde velaban a la Carola (“tan bonita y serena que se veía”, comentó mi Mamanina, “muy blanquita y chapeada que la dejaron”), el Pancho se refugió de los comentarios, los rezos y el bullicio en la cocina de la que había sido su casa. Sentado con cara de compungimiento estaba cuando una de sus hijas muy acomedidas se acercó para llevarle un café pues lo veía desmejorado. Cual va siendo su sorpresa al querérselo entregar y ver que no respondía. Así de simple, el Pancho, ya no reaccionaba. Le hablaron, lo movieron, lo jurgunearon y nada…. el Pancho había fallecido. Un infarto dijo el doctor.
No hubo más remedio para la segunda familia del Pancho que organizar también su funeral para llorarlo como Dios manda. Sólo unas casas separaban la casa de la Carola de la del Pancho y su otra señora (disculpen que no recuerde su nombre) así que para los dolientes no fue complicado pasar a dar el pésame de una a otra y cumplir en ambas. Eso sí, al Pancho también le gustaba la banda y sus hijos no estaban dispuestos a que el funeral de la Carola opacara el de su padre y le llevaron otra. El sonido de ambas se mezclaba en la calle y se podía escuchar desde las afueras de la Higuera de Zaragoza.
Fue así como seguidos por la banda que tocaba las canciones más tradicionales para la ocasión y las favoritas de ambos que fueron acompañados al panteón prácticamente por todo el pueblo y demás gente que acudió desde lejos a despedirlos. No sabría decirles con exactitud si el Pancho se quedará con la Carola para siempre, desafortunadamente, no tengo los medios para constatarlo, pero de que se lo llevó con ella, todo parece indicar que así fue…

2 comentarios:

LOMMX dijo...

Amo a tu abuelita, ya se de one heredaste tu buen humor. Felicidades querida Sandy.

Rick Trapper dijo...

Me recordaste tantas cosas. Gracias !