Después de mucho pensarlo, de leer opiniones a favor y en contra, de reflexionar sobre lo que podría o no lograr al acudir a un evento así, después de analizar cuán hartos estamos todos de marchas, plantones, movimientos que a final de cuentas parecen hacer lo que el viento a Juárez a las autoridades, después de un día ajetreadísimo con el inusual calor de abril en estas tierras, el miércoles pasado por fin me decidí y me lancé, ya no a la marcha, sino solamente al cierre de la misma fijado a las 6 de la tarde en la Plaza de Armas. Esto último, simplemente por cuestiones de horario y compromisos que me impedían acudir a la hora en que iniciaba la marcha.
Incluso poco antes de salir, decidí revisar comentarios y lo que sucedía en la marcha en otras ciudades. Amparada en el principio legal “que no le digan, que no le cuenten”, opté por ir, muy a pesar de lo que leía por varias razones que a continuación enlisto:
1. Porque la marcha se titulaba “estamos hasta la madre” cosa con la que de entrada, me identificaba plenamente.
2. Porque la impotencia me ha rebasado y eso de quedarme sentada a ver la lluvia pasar, no es lo mío, soy de las que le gusta mojarse.
3. Porque no creo que sea justo que el día que me pregunten mis hijos “mamá ¿tú qué hacías cuando pasaba todo eso terrible que nos cuentas de la guerra fallida contra el narco’” yo les conteste: “nada m’hijito, escribía en mi blog, me quejaba en tuiter, disertaba en cafés y reuniones y pegaba cosas en mi muro de FaceBook.”
4. Porque lo he mencionado varias veces aquí y en cuanto lugar he podido hacerlo, no creo que sea válido acostumbrarnos a la violencia, a ver los muertos desfilar, a ser testigos del horror sin más, a no sentir empatía por quienes han sufrido en carne propia las consecuencias de esto y por quienes se han vuelto un “daño colateral” más.
5. Porque sé que en varias ciudades del país, afortunadamente, la violencia no se ha hecho sentir como en la mía y quizá eso haga que la urgencia no se note tanto. Pero sé que tampoco estamos tan mal como en otros lugares, cuyos niveles de violencia no estoy dispuesta a que alcancemos. Simplemente no creo que pudiera resistirlo impávida.
6. Porque no puedo pregonar la importancia de los movimientos ciudadanos si no estoy dispuesta a participar en uno.
7. Porque nunca había sentido la urgencia de participar en una marcha, ni en mis años de mayor grillez y creo que la empatía que sentí al ver desgarrado a un padre (de los muchos que he visto sufrir últimamente porque sus hijos han pasado a ser “pérdidas colaterales”) me colmó el plato.
8. Porque al parecer las cosas estaban calmadas en la marcha en San Luis, no había enfrentamientos ni cosas por el estilo. La cosa parecía bastante civilizada. Aunque estuve a punto de rajarme en el último minuto, pensé que no tenía nada qué perder que no fuera tiempo.
9. Porque era una buena forma de pasar la tarde, haciendo lago provechoso con mi hija mayor. Nada como aprender directamente de las vivencias.
10. Porque estoy segura de que es responsabilidad del gobierno protegernos, hacer cumplir la ley y combatir el narcotráfico, pero también estoy segura de que debe haber una forma más efectiva de hacerlo y me siento con la responsabilidad de hacer valer todos los medios y formas que estén a mi alcance para hacerles saber mi inconformidad.
11. Porque era lo menos que podía hacer, porque me llegó el hartazgo y la impotencia al mismo tiempo y como dicen: un perdido, a todas va.
Habiendo ya planteado mi “exposición de motivos” paso a lo siguiente, les contaré cómo estuvo la cosa por acá:
Anotación al margen, cuando nos dirigíamos hacia la Plaza de Armas, en el camino, le iba explicando a mi hija a dónde y a qué íbamos, lo que era una marcha, a qué se debía, qué era lo que se pedía y demás. De repente, ella muy consternada por lo que le explicaba, me interrumpe para decirme: “mamá, te tengo que decir algo muy importante, que me tiene muy triste y preocupada.” Por un momento pensé que me iba a decir que ella prefería que se vendieran drogas, que creía que el Ejército estaba cumpliendo con su deber, que había decidido unirse a los unos miniZetas, que se había cansado de estudiar y quería ser NINI al fin que no les iba tan peor, que ella pensaba que estábamos mejor antes, cuando se negociaba con los grandes capos y ellos controlaban todo, que ella creía que estaríamos mejor con López Obrador…. en fin…. como toda mujer, me llené la cabeza de cosas antes de que la enana pudiera hablar y lo que me quería decir era que ella creía que no le había ido muy bien en el examen de Formación Cívica y Ética, que porque su maestra le había comentado eso y que tenía miedo de reporbar…. De momento sí me molesté por la noticia, antes de montar en pantera, hice uso de mi capacidad de tolerancia (muy minada para estas alturas) y traté de sacar provecho de la situación: le expliqué la importancia de estudiar y poner atención en esa clase precisamente. Le hablé de que la gente que tenía secuestrado al país no tenía la más remota idea de lo que se enseñaba en esa clase y por eso estaban las cosas tan mal. Pasada la clase con ejemplos prácticos, llegamos a la antes llamada ‘plaza borracha’, por aquello de que durante un buen tiempo (casi toda la década de los 90) se la pasaba tomada. Cosa que ya no es muy común.
Mi adorada Plaza de Armas lucía regia con un sol brillante a las 6 de la tarde. A lo lejos ya se escuchaban los discursos por el altavoz. Soy mala para calcular, según los periódicos locales y los organizadores había alrededor de 300 personas.
Al principio sentí un escalofrío y mucha emoción, los discursos iban en el tenor de que no nos podíamos quedar de brazos cruzados, de las acciones que como ciudadanos podíamos hacer, que era nuestra obligación levantar la voz y cosas parecidas. Me gustó el tono, aunque mientras escuchaba, me puse a observar lo que decían las cartulinas y mantas que portaban algunos de los presentes. Me sorprendió una manta de un movimiento (no recuerdo las siglas) que pugnaba por la renacionalización de Ferrocarriles Nacionales y Telmex, por ejemplo. A la princesa, le llamó la atención una que decía que en las próximas elecciones no diéramos ningún voto al PAN ni al PRI y me preguntó discretamente “entonces, ¿por quién quieren que votemos?” Contesté que por las otras opciones, listé rápidamente algunos partidos, entre ellos al PRD y me dijo “¿pero cómo, si me contó el abuelo que el PRD y el PAN se querían juntar para ganarle al PRI? Entonces cómo quieren que le ‘hagamos’, por qué dicen eso si se quieren juntar?” Opté por quedarme callada, sólo le dije que en la casa le explicaba.
El micrófono estaba abierto, prácticamente quien quisiera podía hacer uso de él. Tuve oportunidad de escuchar a gente muy sensata, que hablaba de empatía, de dolor, de no dejarnos caer, de lograr que el miedo se transformara en fortaleza. Se mencionaron varias propuestas de actividades que podíamos realizar como ciudadanos para mostrar nuestro rechazo a la violencia, entre ellas la de poner una cartulina en nuestras casas, a la vista, en la que dijéramos que estábamos en contra de la violencia. Quien lo mencionó dijo que era para ver qué sentía el gobierno al ver todo el país tapizado con esas cartulinas. Otra propuesta, que me pareció buena, fue la de salir a barrer las calles de la ciudad, a manera de “limpia”. Se habló de la importancia de la denuncia, de mostrar rechazo ante cualquier actitud que pareciera ilegal y sobre todo, de denunciar el abuso de autoridad. Hasta ahí todo iba bien. La minimarchista incluso gritaba emocionada “¡México, México!” a coro con el resto del contingente, cosa que me conmovió. Me dijo que porqué no le había dicho que hiciera una de las cartulinas de “No más sangre” que a ella le hubiera salido muy bien. Que quería una playera de ésas o al menos una como la mía.
Después la cosa cambió, entre los presentes comenzaron a gritar consignas contra Calderón del tipo “muera” y cosas de ese tipo. Ahí como que ya no me gustó. En el inter, desde el micrófono alguien decía que toda esta violencia era producto del capitalismo (sic) que con un régimen socialista nunca pasarían esas cosas… (Me tuve que contener para no buscar al interfecto cuando bajó del kiosko, para que me explicara su teoría) y así, poco a poco, el discurso se politizó. De pronto se hablaba de gobierno espurio, de que el ciudadano honrado López Obrador no hubiera permitido que sucediera algo así (sigo con la duda de cuál será la propuesta de dicho ciudadano honrado para combatir el narcotráfico), del SME, de los medios vendidos (sic) y de cosas por el estilo que he escuchado hasta el cansancio. Entonces entendí que nada más tenía que estar haciendo ahí. Que nuevamente, la situación se estaba aprovechando para hacer campaña política, cosa que no me sorprendía. Quizá ilusamente yo, por un momento pensé que era posible hacer una convocatoria CIUDADANA contra la violencia. Porque hasta donde sé, a los delincuentes no se les escapa nadie, ellos no entienden de partidos, de candidatos, de alianzas, de clases sociales, de capitalismo ni de socialismo. Lo único que saben, es que esta sociedad que no logra ni siquiera hacer una voz común de rechazo es el mejor caldo de cultivo para lograr sus objetivos, que sigamos siendo presa de sus deseos, que reine el desorden y la ingobernabilidad para que ellos tengan campo libre en lo que se decide qué es lo mejor por hacer. Mientras, se decide todo esto, mientras se analiza el mejor “tono” para decir las cosas sin que nadie se ofenda, mientras se habla de pactar o no pactar, que si los gringos violan o no nuestra soberanía, que si estaría bien o mal que los NINIS fueran enrolados o no al ejército, que si debería, o no, implementarse un toque de queda…
Mientras todo eso nos pasa por la cabeza, las cifras siguen aumentando, alguien es asesinado, alguien asaltado en una carretera, otra casa es “cateada” por el ejército por una “denuncia ciudadana”, alguien es retenido por un retén (falso, en el peor de los casos) o simplemente, desaparecido. Mientras, los grupos sociales, aprovechan para hacer campaña… vamos bien.
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