domingo, 5 de junio de 2011

Lo que la maternidad me ha enseñado del resto de la vida

(Texto en ingles de Lisa Catherine Harper, What Motherhood Taught Me About the Rest of Life en www.crazysexylife.com)

El lunes, gracias a un tuit (de @marisgar) dí con este texto, se me hizo una reflexión muy buena por sencilla, clara y porque en pocas palabras resume la sensación de muchas que andamos en esto, me decidí a traducirlo para que más puedan tener acceso a él, pues creo que vale mucho la pena:

Es una de las preguntas estresantes en la vida familiar: ¿tener hijos(as) te vuelve más feliz?
Recientemente, he visto estudios que evalúan la relación entre la felicidad de una madre y un sinnúmero de factores: el número de hijos(as), su edad, su género, el orden en que nacen (aparentemente, los padres más felices son los de dos niñas; los padres de cuatro niñas son los menos felices). Incluso hay un estudio que mide la felicidad de una pareja en relación al ciclo de paternidad en el que se encuentran (niños/adolescentes/abandonando el nido), y otro que sugiere que si tienes más de cuarenta, eres más feliz como pareja si tienes hijos(as).
El hecho es que la maternidad ha hecho mi vida, como la de todos los padres, más difícil en muchas áreas cuantificables. Duermo menos, tengo más ropa que lavar y más quehacer, tengo más ansiedad por las finanzas/el futuro/el medio ambiente/las toxinas/la escuela y –a ser honestos- mucho más estrés y disgustos diarios con mi esposo. Pero a lo largo del tiempo, he comenzado a entender que estas cosas son las menos importantes y –sorprendentemente- los aspectos más manejables de ser madre. He aprendido que difícil no necesariamente significa infeliz.
Soy mucho más feliz siendo mamá, aunque no por las razones que ustedes esperarían. No soy feliz siendo mamá por el gran amor que recibo de mis hijos(as); ni porque piense que mis hijos(as) me han hecho sentir plena (no lo han hecho); ni por la gran alegría que son capaces de producir en mí. Todas estas cosas son ciertas, por supuesto, pero lo más importante es lo que he aprendido de mí misma al convertirme en madre.
Todo comenzó un anochecer al principio de mi embarazo, cuando mi esposo y yo estábamos sentados después de la cena. Él repentinamente apagó la TV y dijo “Estoy emocionado por lo que pasará pero no quiero estar tan emocionado para poder disfrutar todo lo que está pasando en este momento.” Por un minuto me le quedé viendo y luego me dí cuenta que tenía razón. Estar esperando significa no esperar. El embarazo me develó una verdad fundamental: nada estaba completamente bajo mi control. Desde la forma materna que tomaba mi cuerpo hasta el bebé que llegaría a adueñarse de mi vida. Sabía que si iba a disfrutar mi embarazo, mi matrimonio, mi bebé, todos los aspectos de mi vida rápidamente cambiante, tenía que vivir en el presente. Tenía que acallar mi mente alocada (algo difícil para una escritora y académica) y apreciar cada momento del resto de mi vida.
A partir de ese momento, el nacimiento de mi hija y luego el de mi hijo, me comprobaron la revelación inicial. Nueve años de maternidad me han enseñado que no puedo pensar en el futuro, es como si me hubieran forzado a vivir en el presente. Lo que he aprendido es cómo esperar y cómo no esperar. La maternidad me ha mostrado cómo aferrarme a los momentos más emocionantes de la vida. Me ha enseñado balance, particularmente, en los siguientes casos:
1.      Vive en el presente, mira hacia el futuro. En lugar de añorar el pasado o anticipar (para bien o para mal) el futuro, he aprendido a abrazarme al rico fluir del presente, el cual vivo plenamente. Esto no quiere decir que ignore el futuro (educación, seguridad, finanzas), pero trato de no dejar que eso abrume mi vida diaria, ni tampoco espero que el futuro me entregue a una especie de felicidad ideal. Busco paz para el ahora, no para más tarde.
2.      Pon atención, no te preocupes. He aprendido que puedo hacer mucho más por mis hijos poniéndoles atención y atendiendo sus necesidades día con día. He descubierto que si los atiendo en el presente, tengo menos ansiedad sobre su futuro y el mío propio. Contrario a lo que se pudiese pensar, me preocupo menos cuando pongo más atención.
3.      Ten una rutina, cultiva las sorpresas. Los niños y las familias florecen en la estabilidad. Yo trabajo duro para proporcionarles una sensación de comodidad y seguridad, para dar a nuestra familia una estructura en la cual podamos trabajar, jugar y prosperar. Pero también nos da mucha alegría romper la rutina y hay momentos en los que cedo y le doy la bienvenida a las casualidades, a romper las reglas y alegrarnos con lo que es absolutamente nuevo y diferente.
4.      El tiempo pasa. Sé que algunas de esas cosas que más me gustan sobre mis pequeños pasarán. Pero sé que las cosas más difíciles también pasarán. El gran ensayista del siglo XIX Ralph Waldo Emerson escribió que la única cosa que le enseñaron las penas es lo superficiales que son. Esto me lo repito a menudo, especialmente cuando las cosas se ponen difíciles. Cuando entiendo que nada permanece exactamente igual, aprecio más profundamente las bendiciones de la vida.
Estas son lecciones que ciertamente me hubieran servido mucho antes de tener hijos, pero el hecho es que necesité de mis hijos para que me enseñaran estas cosas. Ahora, simplemente agradezco que la ardua labor de la maternidad inadvertidamente me enseñara cómo encontrar una felicidad más profunda, no en mis hijos, sino con ellos.
Cuando volteo a ver toda la revolución que este último mes la maternidad ha traído a mi vida, cuando releo los últimos textos que he garabateado sobre esto y luego me topo con artículos como éste o con personas que pasan por lo mismo, confirmo que estas simples 4 enseñanzas son completamente ciertas. Tal como lo leí de una amiga y luego otra me lo repitió: hay que cruzar los puentes cuando estemos frente a ellos. Así que, a cruzar el que viene, que nos faltan muchos más.

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