miércoles, 20 de octubre de 2010

Mi problema de memoria

Siempre lo he visto así, mi problema de memoria es simple, tengo muy buena memoria, pero no de la memoria que me puede sacar de apuros recordando, por ejemplo lo que me hace falta en la despensa cuando llego al súper, o el número de teléfono de la casa a donde fue a comer algún miembro de la minibanda, ni la dirección del tapicero, ni la del mecánico, ni la del carpintero de toda la vida. Ni de alguna de las múltiples juntas a las que debo asistir. No, ese tipo de cosas, mi memoria selectiva ha considerado que son inútiles para mí y las desecha, es más, creo que ni siquiera hace el menor esfuerzo por registrarlas la muy rebelde. En cambio,  ha decidido recopilar y archivar minuciosamente una serie de cosas inimaginables. Como el vestido aquél que llevaba el día que me sacó a bailar equis sujeto en una tardeada (aclaración para lectores menores de 25, sí iba a tardeadas y eso de la sacada a bailar era cosa divertida).
Esta memoria casi fotográfica para los atuendos me lleva a una paranoia tal por aquello de no repetir outfits, siempre que voy a salir procuro enlistar a mis acompañantes para ver si puedo o no ponerme determinada combinación. Como si de verdad les preocupara tanto lo que llevo puesto.
Esto de la buena memoria tiene a bien jugarme bromas divertidas, como cuando estoy en una reunión y de repente, recuerdo alguna anécdota que incluye a los ahí presentes, comienzo a reír y lo más divertido es que se las cuento y hasta parece que es una historia totalmente nueva para ellos. A veces comienzan poco a poco a recordar lo que cuento, o tal vez, simplemente dicen que sí pero en el fondo no saben de qué les hablo.
Me puedo acordar de cosas incluso de cuando era muy pequeña, las recuerdo como entre sueños y muchas veces he sorprendido a mis papás con esto. Les cuento algún recuerdo y sí, confirman que lo que les digo, es cierto, hasta en algunos lugares a los que llego y había visitado mucho tiempo atrás, me puedo acordar de ciertas cosas, de la última vez que lo visité, con quién fue, porqué y se me vienen a la mente una especie de flashback que incluyen pláticas, risas y otros sonidos.
Me encanta recordar cosas de todas las épocas en que he sido estudiante, a excepción de toda la tortura que implicaron las matemáticas en mi vida, esas cosas también, mi sabia memoria ha decidido borrarlas, para bien o para mal. Por ejemplo, las lecturas de los libros de la SEP aún me gustan mucho y me encanta que sigan publicando algunas historias de cuando yo estaba en Primaria. Hace poco retomé uno de estos libros y reí al ver que sigue apareciendo la historia de Palitroche (por favor, ¡díganme que la recuerdan!)
En otras ocasiones sucede con los aromas, pasar por una panadería me remonta inmediatamente a la época en que habité sobre una de ellas y todo el santo día olía a esa mezcla de harina, levadura y demás ingredientes en el horno. Es una reminiscencia inmediata que me gusta disfrutar. Cerrar los ojos casi me produce una teletransportación. Lo mismo me pasa con un perfume, si alguien es capaz aún de usar Obssession, Eternity, esas cosas entre sexosas y dulces creadas por Calvin Klein en los noventa, y se le ocurre pasar cerca de mí, la sonrisa me brota de inmediato, comienzo a recordar distintas aventuras, la disco, las fiestas, arreglarme para salir, las amigas, etcétera… y si el aroma en cuestión es el empalagosísimo Ted by Lapidus o el fresa Colors de Benetton pues los recuerdos se van hasta la adolescencia: Timbiriche, Flans, fleco parado, holanes y cosas por el estilo, comienzan a hacer acto de aparición en mi mente y mejor me guardo lo que sucede cuando alguien se atreve a pasar oliendo a Drakkar Noir…
Entre otras características que no sé si se puedan considerar cualidad o defecto, parezco cancionero Picot andante, me sé canciones de los más diversos estilos, desde rondas infantiles de esas que ya ni se escuchan, pasando por todo el catálogo ochentero, cumbias extrañas, muchas (quizá demasiadas) norteñas y rancheras que tengo guardadas, creo que en el subconsciente pues no sé exactamente cómo es que me las he aprendido. Ahí en el archivo musical también tengo, las horrendas de los noventa, algunos jinggles y tonadas de distintas canciones que de repente brotan solas en mi mente y me cuesta trabajo unir a su letra y cantante originales. Y sí, he de confesar que también me sé coreografías de memoria, desde hace no sé cuántos años, a toda canción que se le haya creado una, de seguro la tengo registrada, y lo que es peor, a la menor provocación, la saco a relucir.
Y de los sabores, mejor no hablo, me gusta recordar mi infancia con los sabores de los platillos de mis 2 abuelas, con las especialidades de mi mamá y con platos que he probado en otras ciudades o lugares y que tengo oportunidad de volver a probar, ese simple hecho me lleva de nuevo a revivir todo un viaje y sus aventuras por supuesto. Con un platillo puedo recordar una fiesta, una reunión, una buena charla o hasta un malestar provocado por algo en descomposición.
Afortunadamente mi buena memoria no sabe de rencores. Normalmente hace una especie de mezcla mágica ayudada de la perspectiva que dan la distancia y el tiempo, un poco de sensatez, una sacudida para liberarse de las cargas inútiles y ¡listo! Asunto arreglado. A lo mucho, le llega a la nostalgia, pero ésa también he aprendido a disfrutarla.
Estoy plenamente convencida de que tiene mucha razón quien me ha dicho varias veces, que yo, no soy histérica, nomás histórica.



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