De esos días que no le deseas a nadie. De esos sonidos que
de tan claros desearías jamás haber escuchado más que en películas y en la
tele.
Sales a trabajar sin tener en cuenta el clásico “nunca sabes
lo que pueda pasar en tu camino” ni tampoco el de “nadie sabe cuándo llegará el día ni la hora”.
Porque así salimos la mayoría de las veces, porque te envuelve la rutina, la
vida y sus prisas y porque crees que tienes todo bajo control.
En un break entre una junta y una conferencia decides echar
ojo a las redes sociales. No pueden ser casi las 10 de la mañana y tú sin saber
cómo amaneció el mundo. Entonces te enteras de lo que pensaste era la peor nota
del día: 14 cuerpos encontrados en una
camioneta como a 15 kilómetros de tus rumbos. Luego de la chava asesinada el lunes (también
por tu rumbo) piensas que eso no indica nada bueno. Sigues leyendo y brinca otra
nota más: encuentran abandonada camioneta afuera del flamante centro comercial llena
de explosivos y armas. Empieza la conferencia, pero no puedes concentrarte,
aplicas el multitask y estás con un ojo al gato y otro al garabato. Sales a
receso, comentas lo que acabas de leer. Todo mundo saca sus conjeturas. Es que
ahora nos hemos vuelto cuasiexpertos en seguridad y manejamos un lenguaje técnico
muy profesional: sicarios, granadas, “saldar cuentas”, levantón, etc…. Lo mismo
de siempre, todos y nadie dicen nada creíble. Todos alrededor comentan lo
hartos que están de lo que sucede y de repente escuchas ese sonido… así, justo
como te han dicho que suenan los balazos.
Todos guardan silencio y aguzan el oído: “sí se oyeron hacia
arriba, por el Tec, por Superama, por el Westin…”. Llamadas por teléfono
alrededor, tú revisas las redes de nuevo, preguntas y obtienes respuestas de
medios confiables: una persecución que desata balacera justo por tus rumbos, justo
por donde los escuchaban. Te indican tener precaución y si estás por la zona,
no salir.
Aparece tu amiga que casualmente aprovechó el receso para ir
al banco y lo confirma, la ves pálida y temblando. Dice que ha pasado el peor
susto de su vida y te narra lo que vio: efectivamente, una persecución con
balacera bastante cerca de ustedes. No atinas más que a abrazarla con todas tus
fuerzas, no sabes hacer más en estos casos. Finalmente, nadie nos ha enseñado.
Empieza tu mente a girar a mil por hora, piensas en los
tuyos, en sus rutinas y en sus rumbos. Confirmas que todos estén bien, les
explicas lo poco que sabes y les pides que se cuiden. Prometes hacer lo mismo
por ti y te mantienes alerta.
Estás en una de esas llamadas cuando escuchas los balazos
más cerca, no estás alucinando, los oyes y se te empieza a quebrar la voz al
querer decir que estás bien. Repites que todo va a estar bien, no tanto para
quien te escucha, sino para convencerte y notas que a tu interlocutor
(casualmente, tu papá) también se le quiebra la voz, el hombre fuerte y
grandote que te cuidaba de chiquita, está asustado.
Revisas redes nuevamente y te das cuenta que tú y tus
compañeras no son las únicas, muchos por el rumbo vuelven a escuchar detonaciones
muy cerca, a pesar de que se sabe “oficialmente” que la persecución es ya por otro rumbo. En realidad no se sabe
qué creer y quieres ser sensata y mantener la calma.
De alguna manera te las ingenias para seguir informándote y mostrarte
fuerte. Todo mundo quiere tener datos y la información que lees no es
agradable: los centros escolares del rumbo aplican código 2 (repliegue). Y es
que a estas alturas no hay escuela que no conozca ya de estos códigos de
seguridad en casos así.
Sigues en espera de noticias, ya no tienes nada que hacer en
tu centro de trabajo, agradeces, junto con tus compañeras, que a la fecha no
haya aún alumnas presentes (entran oficialmente el lunes), pues no sabes bien a
bien qué tan exitosamente podrías manejar el famoso código 2.
No es normal vivir así, parecen lejanos los días en que
escribías tanto
al respecto y de alguna manera, ilusamente, creías que todo había quedado
atrás. Como si por arte de magia las cosas se fueran a componer. Compruebas,
con rabia, que no es así, que mientras no haya un compromiso real de las
autoridades, que mientras nos sigamos dejando llevar por ideas de que eso pasa
lejos, en la Huasteca, en la frontera, en Veracruz y en lugares que nos suenan
ajenos a nuestra realidad y no sintamos empatía por quienes padecen esto en
carne propia, nunca se va resolver. Cuestionas qué tanto tendrá que ver el que
la sociedad comience a acostumbrarse a ver los muertos pasar, a ver a vecinos
raros, carros raros, ricos raros y cosas así. Te acuerdas de esas historias que
cuentan de los que prefieren vivir a todo y conseguir todos los bienes
materiales que siempre quisieron aunque sea un poco tiempo y de manera fácil y
aunque eso implique matar y morir. Esa cultura del hoy, del tenerlo todo y
disfrutar al máximo, sin escrúpulos y nada más.
Por fin puedes salir, no sin antes escuchar por tercera vez
en menos de 2 horas ese sonido, entre helicópteros y avionetas vuelves a
escucharlo cerca. Escuchas las advertencias, esperas un rato prudente y
autorizan la salida. Entras a casa y te encuentras un pajarito adentro. No te
explicas cómo entró, pero está asustado. Quiere salir. Como en una cruel
caricatura.
Agradeces estar en casa, avisas que estás bien y comienzas a
conocer las historias de tus amigos: los que se quedaron pecho tierra en otras
escuelas, los que vieron desde su casa a los soldados replegados en las paredes
de su vecindario, a los que les pidieron permiso para entrar a su casa y brincarse
por la azotea, los que estaban en las calles durante la larga persecución, los
que vieron cuando los soldados detenían a algunos….
Lo cierto es que estás bien, que los tuyos también y que
esto ha quedado sólo en un mal rato y en cambio de planes. El viaje con tus
amigas que tenías planeado, queda suspendido, ni modo, es lo que la sensatez
marca. Ya habrá momento, eso esperas…
¿Será que de veras hay manera de que pase esta pesadilla? ¿Será
que como sociedad nos está faltando hacer algo que deberíamos? ¿Será que no tenemos
más remedio que rezar pues estamos en medio de una zona peligrosa y ya? ¿Será
que todo es culpa solamente de las autoridades? ¿Será que los malosos son malos
porque “así quiso Dios” o serán la falta de oportunidades laborales y
educativas las que están fallando? ¿Será que mis alumnas y mis hijos recuperarán
su ciudad?
Por lo pronto, me quedo con lo que está en mis manos hacer:
guardar la calma en cualquier situación y abrazar y decirle a los míos cuánto
los quiero y lo mucho que me importan cada que pueda.
(más info y datos precisos en: http://t.co/70GCHD8O
)
2 comentarios:
Excelente columna, con una descripciòn que transportas.. Es una làstima leer este tipo de notas tan terribles en una ciudad que hace no mucho era tranquila, yo vivì felìz en ella cuatro años, y disfrutè sus plazas, el centro hermoso y cada uno de sus rincones.. Yo soy de Sonora y las noticias son similares, pero como alguien dijo, violencia es violencia.. Lo lamentable es que las autoridades se hagan de la vista gorda... Cuìdate mucho!!
EXTRAORDINARIO COMENTARIO SOBRE LA VIOLENCIA, QUE POR DESGRACIA ESTA A NIVEL NACIONAL.
LAS RAICES ESTÁN PODRIDAS. TODO VIENE DE ABAJO DE LO PROFUNDO. NADA DE ESTO ES SUPERFICIAL.
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