En estos tiempos los jóvenes piensan que el dinero lo es todo, algo que comprueban cuando se hacen mayores. Wilde
Últimamente le he dedicado muchas horas a esto de la delincuencia, la guerra contra el narco y las injusticias de nuestro sistema judicial, horas de plática, de reflexión seria, horas de clase y hasta horas de mi rutina habitual al tener que hacer cambios de planes por las circunstancias que se viven.
Los politólogos serios, los caricaturistas y muchos otros han hablado hasta el cansancio de las fallas de esta guerra, de sus terribles consecuencias y diario podemos constatar cómo nos afecta en nuestra vida diaria. Lástima que quienes toman las decisiones al parecer no se han detenido a leer o escuchar a los especialistas para tomar una decisión sustentada y seria al respecto. Tantita menos soberbia de su parte nos caería a todos muy bien.
Ahora la reflexión va en otro sentido, en el moral, en una de las causas que nos ha llevado a donde estamos, me explico: a últimas fechas, prácticamente diario vemos detenciones de jefes de mafias, parece que la guerra va contra el monstruo de las mil cabezas pues los operativos del Ejército, la Policía Federal o la Marina, siempre terminan con el asesinato o la detención de la “cabeza” de la banda X, uno pensaría que esos líderes son malhechores con oscuro pasado, gente que ni en su casa la querían pero resulta ser que no. Resulta que los malosos son GCU (Gente Como Uno) dirían en mi pueblo. Entonces, aquí es donde me entra la crisis existencial y retomo algunos aspectos del compromiso moral que, creo, tenemos como sociedad.
Brevemente, porque esto no se trata de educar a nadie, me remito a las etapas o estadíos evolutivos del razonamiento moral propuestas por Lawrence Kohlberg, psicólogo estadounidense quien establece que el desarrollo moral de una persona evoluciona conforme a su madurez. Así, Kohlberg propone que la moral, esa que reconocemos y que no es precisamente un árbol que da moras como diría un paisano mío de cuyo nombre no quiero acordarme, es la que nos hace reaccionar de determinada manera ante determinadas circunstancias, tomando en cuenta nuestra madurez, nuestro bagaje cultural y otras cuestiones. De este modo, según Kohlberg , se distinguen 3 grandes niveles, cada uno de los cuales, a su vez, está subdividido en dos estadíos. El nivel preconvencional (en el que las normas se acatan según el premio o castigo), el convencional (la etapa de identificación con el grupo, las normas se acatan según sea esto bien o mal aceptado por el núcleo social de convivencia cercana) y el nivel posconvencional (cuando los principios racionalmente escogidos pesan más que las normas y se logra la toma de conciencia de niveles éticos universales). Estos niveles de madurez, aplican en términos personales y nos hablan de un nivel ‘ideal’ de razonamiento moral, el posconvencional. Es aquí donde el pánico cunde, al reconocer que nuestra sociedad generalmente no pasa del nivel preconvencional. Seguimos acostumbrados a actuar con base en premios y castigos, nada más, si acaso, nos acercamos al nivel convencional, pero hay todavía muy pocos que han logrado brincar al posconvencional.
Es por eso que nos cuesta tanto cumplir las normas, acatar leyes y esas cosas terriblemente aburridas e inútiles para muchos. Por eso nos parece mucho más sencillo culpar a las autoridades de todos nuestros males y no somos capaces de reconocer en qué estamos fallando y pongo un ejemplo: Cuando pensamos en narcotraficantes, delincuentes, “lugartenientes” (bonito término) y demás malosos es fácil pensar que no tenemos nada que ver en el asunto. Que si delinquen es porque la ley y las autoridades lo permiten y que estamos muy lejos de formar parte del círculo cercano a la delincuencia. Pero cuando menos pensamos, resulta ser que tenemos a los delincuentes más cerca de lo que creemos, que a veces son nuestros vecinos, y peor aún ¡nuestros amigos! Entonces, ¿qué pasa con aquellos principios morales y éticos que se supone nos guían? ¿Dónde dejamos todo lo que nos enseñaron en casa?
Una forma común con la que se justifica el fácil acceso a la delincuencia por parte de muchos jóvenes en nuestro país es la falta de oportunidades, no se necesita mucho para entender que efectivamente, el campo mexicano está abandonado, las oportunidades de empleo distan mucho de ofrecer un panorama atractivo para quienes viven en los niveles socioeconómicos más bajos para salir del hoyo. Entonces se puede entender, aunque no justificar, el que muchos prefieran unirse a un cartel o a un grupo delictivo que estudiar y trabajar. Pero, ¿qué pasa con todos los que tienen prácticamente todo al alcance de la mano y deciden unirse al club de los malos? La avaricia y la falta de principios nunca han sido una buena combinación.
Es importante entender el papel que desempeñamos como sociedad en esta guerra, no quedarnos con los brazos cruzados, viendo pasar los muertos. En nuestras manos está el poder de denunciar lo que no nos parezca correcto, no debemos aceptar ni ver como normales ciertos actos, ciertas actitudes. Es la única forma que tenemos para contribuir a arrancar esto de raíz ¿si no lo hacemos nosotros, quién?
¿Qué pasa con las novias y esposas de estos delincuentes? Leyendo un artículo de Lydia Cacho, La mujer del sicario reconozco que en este país, con una sociedad en la que aún quedan muchas reminiscencias machistas, es difícil hablar de toma de decisiones en este sentido.
Por eso, hoy, especialmente, pienso en la importancia del papel de la mujer en la toma de decisiones, en éste y en muchos otros aspectos. Pienso en la mujer como formadora, como ejemplo y como ser independiente, capaz de tomar sus propias decisiones.
Desgraciadamente, no considero que el Día de la Mujer sea un día para celebrar, no hay mucho que celebrar, las cifras así lo demuestran, es necesario, más bien conmemorar.
Mientras haya mujeres en las cárceles de este país detenidas por tener vínculos con la delincuencia porque “no sabían” a qué se dedicaba su pareja, tendremos algo que conmemorar.
Mientras haya homicidios y otros delitos por cuestiones de género, tendremos que conmemorar.
Mientras haya mujeres como Laurita, madre de 3, quien decidió abandonar a su marido porque la golpeaba, dejar a sus hijos en un albergue y venir a trabajar (afortunadamente cuento con su apoyo en casa), tendremos que conmemorar.
Mientras haya mujeres acosadas, sometidas, limitadas, en algún sentido, que se enfrenten a alguien que se cree superior simplemente por el hecho de ser hombre, tendremos que conmemorar.
Mientras las cifras indiquen lo lejos que estamos de la equidad de género, tendremos que conmemorar.
Mientras haya empresas o instituciones que pidan certificados de no embarazo al contratar, que no otorguen las mismas prestaciones sociales ni sueldos a sus empleadas que a sus empleados (como seguro de gastos médicos con cobertura al cónyuge, por ejemplo) tendremos que conmemorar.
No nos callemos, nunca dejemos de levantar la voz para denunciar lo que no nos parece correcto. Nos afecte directamente o no. Es la única manera de evolucionar como sociedad. El la única forma de llegar a un nivel posconvencional de razonamiento moral. Mi reconocimiento y admiración a quienes así lo hacen todos los días, a las demás, sigamos el ejemplo, demos el salto.
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